Perú: Reconstruir el sentido
Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”
En el mismo fin de semana en que Mario Vargas Llosa ha decidido redoblar su apuesta y, ya sin ningún rubor, insistir en la denuncia de un comprobado falso fraude en las últimas elecciones peruanas, se ha publicado una entrevista al Presidente Francisco Sagasti. Ya de salida, Sagasti enumera aciertos, frustraciones y un deseo concreto: “Lo primero que haremos, y eso es una cosa ideal, espero que se pueda dar, es que una vez que tengamos proclamado a la persona que ejercerá la Presidencia de la República, podamos reunirnos en el Acuerdo Nacional con los dos finalistas, y acordar un mini acuerdo de respeto mutuo y gobernabilidad.” Un gesto elocuente que nos habla de un personaje que en medio del incendio electoral y la pandemia supo liderar antes que un gobierno “de transición” un “gobierno refugio” en un contexto de inestabilidad que así lo requería. Además, el gobierno saliente puede ponerse la merecida medalla de haber desarrollado un plan de vacunación que parecía imposible tras el fiasco del "Vacunagate". No es poca cosa. Ese será el recuerdo más concreto del Presidente que se limitó a ejercer el arte de “lo posible” enfocándose en lo urgente y que hoy intenta despedirse tendiendo los puentes -y la mano- entre el presidente electo y “la finalista” Keiko Fujimori. Sin duda una buena intención, pero, me temo que el infierno puede estar empedrado de buenas intenciones y en el Perú el infierno no ha hecho más que empezar a arder. No lo digo yo, lo dicen los incendiarios.
De la segunda vuelta electoral podemos llevarnos muchos dolores de cabeza, un listado de instituciones, espacios mediáticos y personajes públicos que lanzaron el código ético por la ventana y se subieron al tren de la posverdad, y el tránsito de quienes suelen apostar por el “sálvese quien pueda” como modelo, al “todo vale” para preservarlo. Pero también, y esto es crucial, nos podemos llevar tareas pendientes y -ojalá- algunas lecciones. Una tarea pendiente como la delimitación de nuevos consensos quebrados en este incendio, o la construcción de una comunidad de sentido que surja de las cenizas y, por tanto, de las líneas rojas que delinean lo primero y lo segundo.
Quienes trabajamos con las palabras sabemos que estas son herramientas poderosas de construcción y cambio social. Antes de la campaña electoral -parece que hubiera pasado una década desde entonces- teníamos el ojo fijo en la palabra ‘bicentenario’. Solía traer consigo una serie de asociaciones positivas sin que ello supusiera dejar de anotar las tareas pendientes. Una palabra que traía consigo connotaciones de acción (interpelativa) y, a la vez, nos ponía frente al espejo de una identidad colectiva. Nos hablaba de historia, pero también nos interpelaba sobre un futuro por construir en común. Esa era la clave: lo común. Hoy, sin embargo, a fuerza de una repetición extrema, un manoseo desordenado y cierto hartazgo tras los eventos políticos de la primera mitad del año, ‘bicentenario’ se ha ido convirtiendo en un significante vacío. Nos remite más al periodo electoral que hemos vivido y, por tanto, comporta antes ruptura que unidad. Existe como rótulo temporal (200 años) pero carece de la interpretación heroica que alguna vez pudimos intentar darle. Habría que considerarla en la construcción de una nueva comunidad de sentido, pero, me temo que ‘bicentenario’ ha de ser un punto de llegada y no de partida. Hay ahora otros significantes en disputa que dicen mucho del contexto que hemos vivido.
Los consensos quebrados y la pérdida de una comunidad de sentido se evidencian cuando en nuestro país la palabra ‘democracia’ puede significar la defensa de los votos de la mayoría y, a la vez, la lucha contra quien ganó por esos votos. “Democracia” es en el Perú de hoy un significante en disputa. Este significante que construimos a partir del contraste con la dictadura fujimorista nos ha sido arrebatado y ¿por quiénes? Por el Fujimorismo y sus aliados. Y así como el clivaje fujimorismo-antifujimorismo encontró todos sus límites en esta segunda vuelta, hoy “democracia” está ahí esperando que volvamos a darle un sentido colectivo. Un consenso dentro de una comunidad de sentido que no sólo entienda su definición, sino que la respete.
Pero no es la única, evidentemente. Pensemos en “libertad”. Sólo en una sociedad quebrada de sentido “libertad” puede significar “libertad para atentar contra la verdad” o, a la vez, “derecho a ejercer la individualidad cuidando de no atentar contra un otro”. Ambas definiciones son incompatibles. Ahí está la disputa. La diferencia entre el individualismo como bandera y la apuesta por lo colectivo está ahí. Tras la pandemia algunos pensamos que la puesta en valor de lo común y lo colectivo venía dada. Nos equivocamos. Los defensores de un tipo de “libertad” que excluye lo común están ahí recordándonoslo a cada minuto. Mario Vargas Llosa, Willax TV, Lourdes Flores Nano, etc. son ejemplo de esto.
A estos dos ejemplos concretos podrían sumarse más, pero sirven para hablar de uno de los retos que se nos abren en el inmediato plazo: la construcción de una nueva comunidad de sentido a partir de las cenizas que estas elecciones nos han dejado. Pero, para ello toca hacer un fundamental aviso a navegantes: hay líneas rojas que trazar y que, desde algunas esferas políticas ya empiezan a delimitarse -o a borrarse, mejor dicho- y que compete a los ciudadanos mirar con especial alerta.
Empecé este texto señalando que en el mismo fin de semana leíamos las declaraciones de un Vargas Llosa mintiendo a la comunidad internacional sobre el proceso electoral peruano y a un Francisco Sagasti intentando mostrar la mano tendida para reconstruir. En las mismas 48 horas, Keiko Fujimori anuncia que no aceptará los resultados, algo que esperábamos pero que ratifica que lo vivido desde el 6 de junio hasta la fecha no ha hecho más que empezar. Somos los espectadores de una disputa por todos los flancos y vemos a la vez a abogados del Fujimorismo -con Lourdes Flores Nano a la cabeza- preparando apelaciones para impedir la proclamación de Castillo, a Fujimori anunciando que no aceptará lo que digan las instituciones legitimadas para ello y a Vargas Llosa construyendo un marco internacional de fraude con el único aval de su Fundación por la Libertad, aquella donde desfilan los personajes de la derecha y extrema derecha internacional en la misma lógica antidemocrática. ¿Creemos en serio que darán el brazo a torcer? ¿Que retrocederán un milímetro?
Recuerdo que en 2016 hubo quien, ya sea por candidez o por conveniente amnesia, aplaudió la moderación del Fujimorismo. Recordemos a esa Keiko Fujimori de Harvard haciendo mea culpa sobre la dictadura y reconociendo “ciertos errores” en el gobierno del que fue primera dama. El aplauso a dicho giro de tuerca táctico no se hizo esperar y vimos ya entonces, aunque hoy casi no lo recordemos, a muchos de los más importantes referentes de nuestra opinología política afirmando que el Fujimorismo era reformable, era capaz de entrar dentro de los cauces democráticos y, en última instancia, podía convertirse en una opción viable. No necesitaron pasar 5 años para que la venda cayera. Los vimos usando el Congreso como su principal lanza, implicados en contubernios bajo la mesa, desarrollando actitudes mafiosas, obstaculizando al gobierno desde el primer día, promoviendo múltiples vacancias, aupando a Merino en su fugaz gobierno, etc. Si en aquel 2016 algunos -ya sea por candidez o convencimiento- confiaron en ciertos gestos, hoy, cuando menos, valdría el recelo. ¿No hemos aprendido nada?
Y tal vez esta debería ser la lección más importante a cosechar tras el periodo de turbulencia que acabamos de vivir y que promete continuar in crescendo: construir una nueva comunidad de sentido supone pensar en el “qué” pero también en el “con quiénes”. No se pueden construir consensos democráticos con quienes no creen en la democracia. No se puede construir un consenso sobre lo que significa “libertad” si hay quienes atentan contra ella y vulneran a un tercero. No se pueden construir consensos sobre lo que significa “institucionalidad” si hay quienes la quiebran para su propio beneficio. En definitiva, no se puede construir una comunidad de sentido contando con quienes se han situado por voluntad propia fuera de ella.
Hay, por suerte, una mayoría que nada tiene que ver con la mayoría electoral, sino con la mayoría social, dispuesta a construir esos consensos y, en definitiva, esa nueva comunidad de sentido. Aquellos que con ideologías muy distintas, y hasta con recetas opuestas a la salida a la crisis que nos deja el covid-19, pueden tender puentes a la hora de acordar los conceptos que nos construyen como parte de un país: democracia, libertad, justicia social, derechos, igualdad, etc. Este es el momento en que las palabras deben volver a cobrar sentido porque el Perú necesita reconstruir su propio sentido.