Qué pena en qué termina este gobierno
Apenas cumplidos seis meses del nuevo gobierno y de sus persistentes tumbos y camino errático, que podría señalarse como resultado de la inexperiencia, improvisación y brutal presión política y mediática, lo que tenemos ahora es un nuevo equipo ministerial conformado por un conjunto de personajes censurables y pavorosos, salvo excepciones, para quienes no se encuentra explicación clara de por qué están ahora en esas posiciones. Pareciera que el nuevo gabinete expresa lo poco que le quedó al presidente en cartelera luego de varias "metidas de pata", y de la clara evidencia de su escasa capacidad para liderar un gobierno. Pero también hay que decir que él mismo se la buscó. La inexperiencia o la insuficiente visión no es exclusiva de este gobierno. Situaciones similares han habido antes y por eso estamos en una endémica crisis de gobernabilidad. Lo que ocurre es que esta vez se pretendía generar condiciones para lograr cambios más profundos que renueven la vida política, económica y social del país. Y por lo tanto se trataba de construir propuestas y equipos de gobierno y de sociedad para que juntos tomen las decisiones de lo que corresponde hacer para avanzar en esas transformaciones.
El comportamiento desestabilizador y golpista de la derecha y de su soporte mediático iba a darse siempre, con buenas o malas medidas del gobierno. Más aún si tienen el control político del Parlamento. Con mayor razón se requería un equipo de gestión gubernamental, articulado y coherente con un plan de medidas que, en principio, pareció siluetarse en los fugaces acercamientos del nuevo presidente a convocantes personajes demócratas que le dieron su respaldo y que dejaron entrever expectantes y alentadoras alianzas para un real cambio en el país. Con mayor razón se requería que el gobierno mire más a la gente, a las calles, a los millones de humildes personas provincianas que confiaron en su mensaje de cambio. Y que, por lo tanto, el respeto al Estado de Derecho debería apostar más por reforzar las expresiones de democracia directa y participativa que las limitadas y anodinas manifestaciones de democracia representativa, tan desvalorizada hace décadas por la ausencia de reformas políticas y de reales organizaciones partidarias.
También se puede preguntar sobre lo que esperábamos del presidente, si ya durante la campaña mostró severas limitaciones a todo nivel. Pero primó la ingenuidad antes que la realidad. Sin embargo –y esto hay que reiterarlo con mucha firmeza–, cualquiera sean las duda, temores o sospechas, nada de eso nos llevará por la opción del fujimorismo, la derecha conservadora a ultranza y las mafias que viven de las economías ilícitas y de la mediocridad educativa. Se apostó por el riesgo y se volvería a hacer lo mismo. Es mi punto de vista en un país con las lamentables condiciones en cuanto a precariedad institucionalidad y ciudadanía.
Retornando a lo que ahora el país tiene como desacierto de gobierno, es terrible ver a lo que se ha podido llegar. Se ha transitado desde los atisbos de un régimen progresista hasta el retorno a lo que ya ha existido casi siempre en la política: las negociaciones bajas, las figuras intrascendentes y mediocres, las opciones conservadoras y retardatarias, la permisibilidad con la informalidad y la corrupción. La descomposición gubernamental no es indicador de necesaria inestabilidad política porque largos años de nuestra historia muestran que, mientras esa realidad no afecte el desigual e inequitativo modelo de acumulación y los beneficios que obtienen los tradicionales grupos de poder económico, se puede vivir en ese escenario agónico, como a su manera ocurre con la enorme informalidad que caracteriza ya no solo la economía sino la sociedad y la política, agudizada desde el decenio fujimorista. Salvo que la situación existente haga peligrar o deje de ser funcional a esos intereses poderosos, o que la movilización social reaccione y exija cambios y promesas incumplidas, una vez más. Esperamos que esa segunda opción pueda hacerse realidad.
Lo que queda por expresar es que, lo que se pensaba de un intento de gobierno de cambio, ya fue. Salvo el milagro de una tardía reacción presidencial. Se puede decir que la derecha y sus medios ganaron una vez más esta contienda logrando amansar los afanes presidenciales. Sarcásticamente se puede afirmar que ahora este gobierno ya podrá estar más "estable" y tranquilo con su nuevo equipo político a medida de los intereses de las tendencias más conservadoras y permeables frente a la ilicitud e informalidad. Y que se reducen entonces los afanes golpistas y desestabilizadores que han estando machacando día a día sobre la precaria gobernabilidad.
Queda, sin embargo, más allá del perjuicio que esto causará a las fuerzas progresistas, el reconocimiento de que el presidente recibió el apoyo de buena parte de la ciudadanía a pesar de sus evidentes limitaciones políticas y orfandad ideológica, y de no haber sido capaces de detectar y detener con contundencia su vínculo con los grupos clientelistas y corruptos de las nuevas élites regionales y de los sectores informales (transporte, minería, educación), que, finalmente, son funcionales al modelo neoliberal.
Nos queda persistir en los caminos que no hay que olvidar: construir y consolidar ciudadanía social y política, apostar por instituciones fuertes y democráticas, reforzar la vigilancia social para defender derechos y luchar contra la corrupción y la ineficiencia pública, promover y visibilizar agendas de desarrollo que propongan reformas movilizadoras con la población y que a la vez construyan una visión consensuada de territorios y de país, orientada por la equidad, inclusión, la justicia social, un proyecto nacional para el Buen Vivir. Y ese debe ser el objetivo a lograr desde un cambio constitucional, por el cual hay que persistir y crear las condiciones para lograrlo.