Realidad y cambio: la participación del ciudadano en política
Gestor público especializado en gobiernos locales
Las dos últimas semanas han sido las más intensas de los últimos 20 años. Este año que empezó con la expectativa y preparativos para el Bicentenario, en un contexto que no era el mejor por la desaceleración económica generalizada en toda América Latina - producto de la baja de precios de las materias primas- que nos devolvía a la realidad acabando con la ilusión de la prosperidad. Pero lo que terminó por desequilibrar todo el sistema, fue la pandemia producida por el covid-19, que develó la precariedad de los servicios de salud, con hospitales obsoletos o saturados, sin estructuras adecuadas para la atención masiva de pacientes en caso de emergencia, sin equipamiento y con personal mal pagado; todo lo cual profundizó una crisis sanitaria que la población con menores recursos tuvo que afrontarla con su propio peculio.
Adicionalmente se profundizaron los problemas, por las medidas sanitarias aplicadas por el gobierno, con más errores que aciertos, que tuvieron dos consecuencias principales: el quiebre de la economía y el aumento de los problemas sociales derivados de la prolongada cuarentena. Todo esto generó que la relación entre el gobierno y la población sean tensas y difíciles en la preservación del orden público.
La cereza del pastel, fue la disputa sostenida entre el poder ejecutivo y el poder legislativo, que terminó en la vacancia del presidente Martín Vizcarra. La asunción del Presidente del Congreso Manuel Merino al mando del ejecutivo presagiaba un descenlace trágico por la escasa popularidad del Parlamento. La discusión si fue legal o ilegal la vacancia, terminó por resolverse con la renuncia de Merino y la juramentación de Francisco Sagasti como presidente interino, quien deberá terminar el ciclo presidencial (2016 – 2021), garantizando el desarrollo de unas elecciones transparentes, para darle legitimidad al siguiente gobierno y así salir de la crisis de los últimos años.
Si bien la historia no se repite, se presenta con similitudes en el tiempo, el próximo gobierno empezará un nuevo ciclo, al igual que el Congreso. Y al parecer la figura presidencial se verá fortalecida en detrimento del impopular parlamento, protagonista de una larga lista de errores en estos años; por lo que estará siempre perseguido por la amenaza de las protestas de la sociedad civil.
Ingresamos al Bicentenario con los problemas de siempre, sobre todo en el plano político, donde los bandos se enfrentan por acaparar más poder. Sea cual sea la tendencia, los partidos políticos no han demostrado ni moderación ni respeto a la ciudadanía. Estos últimos 4 años, tendrán como recuerdo principal, los siguientes hechos políticos: la renuncia de un presidente para no ser vacado, la disolución de un Congreso, la vacancia de un presidente, la renuncia de un presidente interino y la juramentación de otro. No recordaremos logros significativos, pues todos los indicadores sociales como pobreza y desigualdad, empleo, educación, salud y las condiciones de vida, han empeorado.
La expectativa de llegar al Bicentenario, después de haber tenido un alto crecimiento económico, significaba que el Perú hubiera tenido el mejor aniversario desde su independencia, pero los problemas en los diferentes ámbitos se han visto exacerbados. En el plano político, múltiples factores han provocado el agotamiento del sistema, sin que ello signifique que sea malo, pero sí, los actores que la protagonizan.
No es el ciudadano común quien organiza o patrocina las disputas políticas, sino los grupos de poder que viven del Estado y conviven en un enfrentamiento constante buscando aumentar su cuota de poder, siendo el ciudadano quien soporta desde hace cuatro años un Estado en constante golpe.
Un colega escribía en que sería un sueño que esto cambie, pero en política los sueños se desvanecen y la realidad hace aterrizar cualquier ilusión. Nuestra situación no va a cambiar porque sea elegido uno u otro candidato, por lo que las cosas seguirán igual, sólo habrá acomodo. La escasa representatividad de las autoridades que elegimos, es la expresión permanente de un Estado capturado. Los políticos han mostrado que la lealtad es un asunto que cambia con el tiempo.
Las recientes manifestaciones contra la vacancia del Presidente Vizcarra, mostraron que la ciudadanía llegó a su límite, no solo por la coyuntura política, sino también por lo vivido en el año, pero si los ciudadanos pusieran un tercio de la energía mostrada en las protestas, o en mejorar la calidad de su voto en cualquier elección y en el control ciudadano de la gestión pública, no solo aumentaría la confianza en las autoridades, sino que seríamos participes de ella.
Elegir al personaje popular, “generoso” que come ceviche y chicharrón o elegir al mal menor, ha sido una constante desde la fundación de la República, sumándose a ello nuestra fascinación por el hombre fuerte y autoritario, por el salvador de nuestras malas decisiones, que sólo encumbró a líderes que quisieron mantenerse en el poder más de lo debido.
Siempre hemos dejado que otros decidan. Somos ciudadanos, nuestra Constitución garantiza nuestro derecho de elección y participación en la vida política, económica, social y cultural de la Nación. Entonces ¿por qué no empezamos a participar en las decisiones políticas? Debemos participar activamente en la política, sea en el nivel local, regional o nacional, no solo para elegir sino para ser elegidos. Seamos el candidato que nos represente.
Como ciudadanos tenemos derechos, pero también deberes. Siempre he creído que la educación es nuestro principal derecho, pero si el Estado no nos la alcanza, es deber nuestro instruirnos, así construiremos ciudadanía, y podremos ser partícipes del cambio.