¿Resentidos y manipulados?
Sociólogo
A propósito de la participación de la población andina en las protestas sociales contra el Gobierno de Dina Boluarte
Estimado lector y lectora de Noticias Ser, permítame invitarle a realizar el siguiente ejercicio: preste atención a las maneras en que sus amigos o parientes describen a quienes han venido a Lima desde el sur del país para movilizarse en contra del gobierno de Dina Boluarte o, si prefiere, lea detenidamente los comentarios sobre el comportamiento de dichos ciudadanos peruanos que vuestros contactos escriben en Facebook, Twitter o en la red social de su preferencia. Probablemente encontrará que no es nada extraño referirse a estos manifestantes, además del habitual terruqueo, como personas “resentidas” o “manipuladas”. Hurguemos brevemente en estos dos adjetivos.
Siguiendo la definición de la Real Academia de la Lengua, el resentido sería aquella persona que se siente enojada por su situación y responsabiliza a terceras personas o a la sociedad por sus desdichas. Quienes caracterizan a la población andina movilizada contra el gobierno de Dina Boluarte como “resentida” estarían aseverando que estas personas culpan de su situación de pobreza y marginalidad al gobierno, a las clases medias o a las élites urbanas, cuando ellas mismas serían las únicas responsables de su pobreza y marginalidad por no dedicarse quizás a estudiar o trabajar. Su resentimiento no les permitiría superarse. Desde este razonamiento este poblador andino resentido no quiere asumir que es su responsabilidad el estar en lo más bajo de la escala social. Nótese que este razonamiento reproduce jerarquías sociales en donde el poblador andino es ubicado por debajo del poblador “urbano y moderno” de la capital. Esta jerarquía social nos conecta con el segundo adjetivo de nuestro título: la manipulación.
En el caso de la manipulación podemos entender que una persona manipulada es aquella que es manejada según la voluntad o los intereses afectivos, económicos o políticos de terceros. Implica que la persona manipulable carece de un conjunto de facultades que le impiden darse cuenta de que está siendo utilizada para fines ajenos. En el contexto de las protestas sociales que estamos viviendo en estas semanas, los pobladores andinos estarían siendo manipulados por azuzadores y violentistas que, según el relato de turno, podrían ser miembros de Sendero Luminoso o los Ponchos Rojos bolivianos (Boluarte dixit). Un elemento medular de este razonamiento es que asume que el poblador andino es manipulable, carente de autonomía o tendría facultades intelectuales inferiores al poblador “urbano y moderno”. Nuevamente nos encontramos con la reproducción de jerarquías sociales.
Estas descripciones de la población andina que encontramos en las opiniones de nuestros amigos, familiares o en las noticias que nos brindan los medios de comunicación nacionales a diario no son nada nuevas. Por ejemplo, en 1897 Clemente Palma, hijo mayor del tradicionalista y destacado personaje de la vida cultural peruana, afirmó en su “El porvenir de las razas en el Perú” de 1897 que “El indio […] ante los otros hombres está como ante un enemigo; concentra las pocas fuerzas mentales que posee para disimular el odio sordo que le tortura y, mientras se humilla, mientras simula el cariño, mientras se arrastra miserablemente, va acumulando en su alma todos los rencores atávicos que le devoran para buscar esta salida: o huir o destruir.” Y afirmará también que “El indio […] inconscientemente sucumbe en una lucha, ignorando por qué lucha; se entrega atado al fanatismo, no de una idea, porque en su cerebro no es posible la labor activa de una idea, sino de un hombre, de un jefe, y va donde ese hombre, que fácilmente se le ha impuesto, le lleve; hace lo que le ordene, y muere si ve que otros mueren, con la sumisión estúpida del rebaño.” ¿Parecidos de familia con las descripciones del hombre andino “resentido y manipulado” de estos días cierto?
Estos estereotipos y prejuicios sobre el poblador rural y campesino de los andes ignoran los lenguajes políticos que se han desarrollado en estos territorios. Las historias locales de los pueblos de los andes peruanos nos presentan experiencias de resistencias y luchas que han nutrido reflexiones, afectos e imaginarios en torno al poder. Los hallazgos de una historiadora y dos historiadores nos pueden ayudar a graficar lo que aquí sostengo. Cecilia Méndez en “La república plebeya. Huanta, formación del Estado peruano, 1820-1850” nos describe la capacidad negociadora que tuvieron las comunidades campesinas en articulación con grupos étnicos y sociales heterogéneos de Huanta para incidir en la construcción del Estado peruano en sus territorios. Nelson Manrique en su recientemente reeditado “Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile” explora en la formación de la conciencia nacional de los indígenas de la sierra central durante los convulsos años de la resistencia a la invasión chilena. En el trabajo de Manrique encontramos la formación de una conciencia nacional sobre la base de la oposición al invasor y de la resistencia reivindicando la idea comunal de bienestar y prosperidad. Por último, Raúl Asensio en su “El provinciano redentor. Crónica de una elección no anunciada” nos describe un arquetipo presente con particular intensidad en los imaginarios políticos del sur andino que opera a través de una frontera política entre la capital y el resto del Perú basada en elementos morales y socioeconómicos. Estos tres estudios demuestran a través de experiencias históricas el desarrollo de lenguajes políticos por parte de los pobladores andinos, que, problematizando los estereotipos y prejuicios reproducidos desde las élites y los espacios urbanos, dan cuenta de la capacidad del hombre y la mujer del Ande de hacer su propia historia.
Elementos de los lenguajes políticos que uno encuentra en las páginas escritas por Cecilia Méndez, Nelson Manrique y Raúl Asensio son enunciados por aquellos hombres y mujeres movilizados en Ayacucho, Apurímac, Cusco y Puno, también por quienes han venido hasta Lima para ser escuchados por el Gobierno de Dina Boluarte y el Congreso de la República. Un elemento presente en estos lenguajes y que considero medular es la crítica al centralismo del Estado peruano, crítica que puede contribuir a volver a poner en la agenda pública los debates sobre las mejoras que se deben realizar al proceso de descentralización del Estado y sobre la postergada regionalización.
Las manifestaciones sociales de estas semanas que no han podido ser acalladas por el gobierno de Dina Boluarte ni tampoco deslegitimadas por aquellos grupos de vándalos que intentan imponer la violencia, pueden abrir importantes procesos de cambio. Cambios en nuestra convivencia ciudadana al desquebrajar estereotipos y prejuicios que impiden que reconozcamos la capacidad y creatividad política del hombre y la mujer del Ande y cambios institucionales animando una profunda reforma del Estado. En resumidas cuentas nuestros hermanos y hermanas movilizados en Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno y Lima buscan ser parte de una comunidad política que los (re)conozca y los asuma como iguales.