¿Ser la reacción o ser la propuesta? El 'antifujimorismo' como sujeto político
Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”
Como una película cuyo final nunca terminamos de ver, en los últimos días hemos revivido un guión que nos es, lamentablemente, conocido. Valientes ciudadanos y ciudadanas con memoria rechazando en las calles, por vez mil y una, las acciones de los poderes del estado donde el fujimorismo sigue anclado y operando para restituir a sus creadores con la herramienta más necesaria para ello: la impunidad. Y he dicho “poderes” del estado porque es fundamental entender que si bien logramos neutralizar al fujimorismo en las urnas electorales cada cinco años eso no significa que los hayamos alejado realmente del poder. La constatación fue evidente tras el periodo electoral de 2021 y el papel abiertamente “naranja” de los poderes empresariales, económicos, mediáticos, culturales y políticos. De hecho, permítanme la provocación, lanzo un dardo y señalo que tal vez el único poder que el fujimorismo sigue disputando es estrictamente el Gobierno. Los demás, de una u otra manera, siguen siendo menos hostiles y, en cierta medida, habitados por la resaca del régimen de la dictadura.
Como ciudadana politizada y prácticamente criada en el antifujimorismo me enorgullece el legado ciudadano que supone este “movimiento social” que es, sin duda, el más poderoso en el Perú a la fecha. Sin embargo, justamente porque tengo memoria y me parte en dos el cuerpo ver los rostros y lágrimas de Gisela Ortiz o Raida Cóndor, los gritos ahogados de las miles de mujeres esterilizadas forzosamente en la dictadura en un acto de racismo institucional que siguen contando con defensores en el Congreso, y que se preocupa continuamente con el crecimiento de discursos negacionistas de nuestra historia política que, a su vez, dan cartuchos al brazo violentista del ala fujimorista (La Resistencia, Los Combatientes, Los Insurgentes, etc.), me pregunto si no es momento de pensar en trascender a este “movimiento social”. Trascenderlo significa fortalecerlo y garantizar su permanencia.
El ‘antifujimorismo’ ha logrado victorias. La principal, que la impunidad no se abra paso. Ya sea por la vía electoral, ya sea por la vía de señalar a los personajes que eran funcionales al régimen cerrándoles el paso a la hora de implantar sus estrategias de desmemoria y amenaza a nuestra democracia. Pero, y este es el tema que despierta la reflexión, no hemos sido capaces (me incluyo) de pensar en el ‘antifujimorismo’ como un sujeto político a la ofensiva y no solo de reacción.
El ‘antifujimorismo’ es una de las herramientas más poderosas que tenemos, pero sobrevive y se sostiene desde las trincheras de la reacción a las amenazas de Blume, Ferrero, Sardón hoy, o Vargas Llosa, Keiko Fujimori, Lourdes Flores Nano, ayer. Una importantísima pared de contención de quienes desde sus palestras abogan por la impunidad pero no de un sujeto como el dictador Fujimori, sino de un régimen que, lamentablemente, nunca desapareció. Ahí está la crisis sistémica para probarlo. Ahí están las invencibles mafias en el transporte para probarlo. Ahí están las universidades “basura” que son una herencia directa de Alberto Fujimori para probarlo. Ahí están las clínicas privadas que lucraron con la muerte de miles de peruanos durante la pandemia -muchos de los cuales siguen endeudados hasta ahora- para probarlo. Ahí está la necesaria reforma política que sigue guardada en un cajón y que impide de facto la entrada de partidos políticos nuevos a la arena política, por decir un tema, para probarlo. Ahí están los conflictos sociales medioambientales debido al accionar peligroso de empresas transnacionales que se sienten dueñas de un territorio que no es suyo gracias a una arquitectura legal y constitucional que les permite ufanarse de ello, para probarlo. Ahí está, obviamente, el Congreso de la República, con una mayoría reaccionaria que apuesta por exactamente las mismas recetas económicas y políticas que el fujimorismo y que están quitándonos derechos continuamente desde esa Comisión de Constitución a la que deberíamos prestar más atención, para probarlo. ¿Se fue el ‘fujimorismo’ alguna vez? No. Se fue Fujimori, no su legado.
Y ahora, tras el vergonzoso fallo del Tribunal Konstitucional, que esperemos sea revocado por las instancias internacionales en las cuales confiamos, nos toca afinar el análisis y también el tiro. Esta sentencia es una oportunidad para pensar en este necesario tránsito de la reacción a la propuesta. Del ‘antifujimorismo’ como pared de contención, al ‘antifujimorismo’ como sujeto político que combate lo que realmente ha de combatir: no a Alberto Fujimori solamente, sino a todo su legado. De alguna manera, la victoria de Pedro Castillo evidenció el potencial transformador desde este espectro ciudadano y político. Hacerle frente a todos los poderes solo fue posible con una articulación amplia desde ese ‘antifujimorismo’ que supo operar antes en clave de sujeto político emancipador, que de espacio de reacción únicamente. Que el Gobierno desviara el rumbo no es responsabilidad del movimiento, pero sí nos supone una responsabilidad. Es este espacio, el nuestro, el llamado a presionar democrática y contundentemente a este Gobierno y a cada uno de sus integrantes para retornar al cauce que los llevó a Palacio de Gobierno. No puede ser que sean el poder mediático, el económico o el empresarial los que asuman el protagonismo de la presión contra el Gobierno pues lo que hacen es disfrazar de oposición al Gobierno lo que es el afán explícito por el retorno del fujimorismo expresado en políticas concretas. Su defensa al libre mercado que no existe en Perú, sus defensas a la falsa libertad de expresión, su defensa a la desregulación respecto a actividades estratégicas como la minería, su abierto silencio cómplice a la hora de hablar de cualquier conflicto social, su oposición furibunda contra la reforma fiscal que propuso Pedro Francke y, por supuesto, su feroz defensa de la Constitución de la dictadura, son la evidencia de que ellos no pueden protagonizar la oposición porque son el continuismo. No hay nada más continuista en el Perú, que sostener el legado de Alberto Fujimori. El cambio en Perú es necesariamente antifujimorista.
De ahí que tengamos entre manos la oportunidad de plantear un horizonte de país desde el ‘antifujimorismo’ que es, tal vez, el sujeto político más aglutinador y potente como para plasmarlo. Un proyecto de país que realmente nos hable de transformación. Esto supone articular esfuerzos desde diversos espacios políticos, sociales y culturales. Pero algo ha de unirnos. Si el ‘antifujimorismo’ sigue siendo ese paraguas de defensa de la democracia frente a “Alberto Fujimori” habremos perdido la oportunidad. Porque entonces es un ‘antifujimorismo’ vacío de significado. Si el ‘antifujimorismo’ se convierte en ese polo que se pueden poner quienes votaron a Keiko Fujimori en 2021 hemos perdido la oportunidad. Si el ‘antifujimorismo’ es un rótulo que se pueden adjudicar los defensores de la institucionalidad, pero que a la vez rechazan la urgencia de los cambios estructurales del país, entonces habremos perdido la oportunidad. Si el ‘antifujimorismo’ se ciñe a ser un espacio de reacción a las amenazas concretas desde otros poderes y no propone un horizonte transformador que supone hablar de la crisis sistémica, habremos perdido la oportunidad. Dicho de otro modo, si el ‘antifujimorismo’ es un antifujimorismo en clave del pasado (la memoria) y no del futuro (el proyecto transformador) habremos perdido la oportunidad.
Se abre aquí una ventana para nosotros y nosotras que como país, tras la pandemia, empezamos a hablar de cosas de las que antes estaba prohibido hablar. Por ejemplo, del papel del Estado. Porque hay que decir que ver hoy a los defensores de un estado inexistente durante décadas, algo que es legado de la dictadura fujimorista, llevándose las manos a la cabeza por el desmantelamiento del estado que le achacan únicamente al Gobierno de Pedro Castillo es también una burla a la memoria y negacionismo. Pedro Castillo está replicando lo que las estructuras le permiten y lo que han hecho durante décadas todos los gobiernos. Y es lamentable porque él debía ser diferente, sí. Pero para que él sea diferente y para que todes los que vendrán también, hay que entonces tocar las estructuras. Impedirle a Castillo utilizar la arquitectura de cómo se ha concebido el Estado no pasa por sacar a Castillo, sino por acabar con esa arquitectura. Cada vez que nos dicen que el problema empezó con este Gobierno nos están garantizando la permanencia del fujimorismo como cimiento del país, y le están lavando la cara al legado del dictador.
Por ello el ‘antifujimorismo’ es hoy una oportunidad porque es la condición de posibilidad de la transformación en el Perú. Del Perú de la post pandemia que cuestionó que este sistema fuera “el milagro latinoamericano” que tanto nos vendieron. Que el crecimiento macroeconómico no puede medirse exclusivamente en términos del PBI ni de inversión privada (como sigue diciendo El Comercio siempre que puede), sino en términos de acceso a derechos y contando con indicadores sobre la desigualdad. Del Perú que tras las últimas elecciones mostró también todas las heridas que subyacen debido al abandono del Estado a sus mayorías, pero también de la petulancia y soberbia de las élites que quieren que ese abandono siga siendo la forma de gobernar. Del Perú que apostó por un Profesor de fuera de Lima no solo por lo que decía, sino por lo que representaba. Del Perú que hasta la fecha si bien espera gestión y por ello empieza a rechazar cada día más a este Gobierno, también lo sigue sosteniendo de momento. De ese Perú de “dos velocidades” donde los menos quieren seguir dictando lo que los más deben acatar en una abierta concepción colonial y racista que nada tiene de republicano.
Hay quienes han querido limitar el debate sobre una Nueva Constitución a su pertinencia en el ahora. Al debate sobre su urgencia antes que su necesidad. Esta es, en realidad, otra victoria del Perú post pandémico. Un debate que antes era respondido sólo en términos de “sí” o “no”, ahora es expresado desde un nuevo sentido común “podríamos cambiarla, pero no toca hacerlo ahora”. Y aunque parezca pequeña, esta significativa victoria confirma lo dicho: que hay una ventana de oportunidad para construir un horizonte de país distinto, entendiendo por distinto, que acabe con el legado de la dictadura que cada cierto tiempo vuelve para recordarnos que sigue viva en muchos espacios de poder. Dotar al ‘antifujimorismo’ de sentido significa hoy más que nunca articular esfuerzos de cara a la transformación. Pero ojo, aunque rimen, transformación es lo opuesto a moderación.