Sonrían compañeros: el legado de Hugo Blanco (I)
Sociólogo
Hugo Blanco Galdós era un joven de apenas 27 años cuando en 1962 ocupaba el cargo de Secretario de reforma agraria de la Federación provincial de campesinos de La Convención y Lares. Ya eran casi cuatro años que recorría día y noche los valles impulsando la sindicalización de los campesinos y sus huelgas contra los abusos e incluso los crímenes de los gamonales contra ellos.
Esa sindicalización y esas luchas venían desde antes de 1950. Pero el intenso activismo de Hugo desde 1957, que priorizaba la acción directa sin descuidar los trámites legales, les dio un nuevo impulso y mayor amplitud y fuerza.
La primera reforma agraria
Tanta fuerza tuvo que, a comienzos de 1962, una asamblea de delegados de la federación consideró que era necesario dar un paso adelante más radical: tomar las tierras que trabajaban y reivindicarse como propietarios. El año anterior, una reunión más pequeña de sindicatos campesinos, en la hacienda Mandor, había acordado lo mismo(1).
Avalado por estos acuerdos, por la convicción campesina de su propia fuerza y por el cargo que ocupaba, Hugo Blanco firmó una resolución declarando que los campesinos se convertían en dueños de la tierra que trabajaban y que en muchos casos ya ocupaban. Esa fue de hecho, la primera reforma agraria del Perú.
Aún hubo reacciones violentas de una parte de los gamonales usando sus armas de fuego, en particular contra los dirigentes de los sindicatos o sus familias sin que la policía acogiera sus denuncias. Una nueva asamblea de la federación dio otro paso más. Formó una brigada de autodefensa armada y colocó a Hugo a cargo de ella.
Contra la violencia armada de los gamonales
Cuando se produjo un nuevo abaleamiento cometido por un hacendado, la brigada actuó. Tomaron una comisaría buscando armas y ahí murió un policía. Posteriormente enfrentó a una patrulla policial que los perseguía y murieron dos policías más. Creció la cacería y la diferencia en número y armas determinó el desenlace. La brigada fue desecha y Hugo Blanco capturado y encarcelado en 1963. Pero ya habían triunfado. La rueda de la reforma agraria ya rodaba y nadie pudo impedir que continuara.
Desde 1956, excepto en los partidos de los hacendados, el odriísmo por ejemplo, la reforma agraria estaba en los programas de todos los partidos. Así de evidente era la bárbara explotación de los campesinos por los gamonales, la justicia de sus demandas por la tierra, y la ola creciente de sus luchas. Pero no hicieron nada por ella. Hizo falta el coraje de los sindicatos campesinos y la determinación de lucha de sus dirigentes, entre ellos Hugo Blanco, para que antes de que termine 1962, el gobierno militar de entonces diera una ley de reforma de agraria. Una mucho más aguada y acotada que el “decreto” de la federación campesina pero igual la rueda siguió su rumbo y terminó en la reforma agraria velasquista de 1969.
La convicción del triunfo
Es posible que desde el primer día que fue puesto en presidio en 1963, Hugo percibiera que él y sus compañeros habían triunfado, que habían conseguido el cambio social que habían buscado para el Cusco y que este se ampliaría a todo el país. Por eso la tranquilidad con la que encaró la cárcel y el juicio, pese a que el fiscal pidió la pena de muerte para él. Después de todo, con su pedido de pena máxima, ese fiscal ayudó a que el movimiento de La Convención, el juicio y el propio Hugo, tuvieran impacto internacional y se desatara una campaña en defensa de su vida.
Sonrientes en la audiencia final
La audiencia final del juicio a Hugo Blanco y a una decena de sus compañeros se realizó en 1966, en Tacna. El tribunal estaba conformado por oficiales de la policía. El fiscal también lo era. Antes de leer su sentencia, desde el tribunal le preguntaron si quería decir algo. Se incorporó, ya de 31 años. Dio un breve pero desafiante discurso y terminó gritando el lema de las tomas de tierras: “¡Tierra o Muerte!”, sus compañeros coacusados gritaron su ya conocida respuesta: “¡Venceremos!”. Un capitán ordenó a los policías someter a Hugo y forzarlo a sentarse. Una de las fotos que registra el momento muestra a un policía sujetándolo de los brazos y a Hugo resistiéndose. Ambos sonrientes.
¿Por qué sonreían? Porque, aprovechando el ruido de voces en la sala, y mientras fingía que forzaba al rebelde, el policía le dijo bajito “Grita de nuevo Hugo, para que te escuchen estos”. Quizás por esa tranquilidad de ánimo que le daba su convicción de haber triunfado incluso cautivo el joven Blanco pudo socializar bien con los policías que le pusieron como vigilantes en las tres cárceles en las que estuvo entre 1963 y 1966. Tanta buena onda recíproca ocasionó que unas cinco veces, dos en Cusco y tres en Arequipa, los oficiales cambiaran abruptamente a sus amigables custodios. De hecho, en una de esas cárceles, Hugo les confeccionaba un boletín denominado El Guardia con denuncias de los abusos y maltratos que cometían los oficiales contra ellos.
La misma amigabilidad y disponibilidad para sonreír y hacer sonreír tenía Hugo con los muchos periodistas que lo entrevistaban. Cero solemnidad ni seriedad injustificadas. Alguna vez le preguntaron ¿cuál le parece que es el mejor gobierno que ha tenido el Perú? Su respuesta fue: el menos malo ha sido el que me deportó. Se refería a cuando fue deportado por el gobierno del general Velasco, en 1971.
Lealtad de acero
Como se sabe Hugo no fue sentenciado a morir. La campaña nacional e internacional disuadió al tribunal y su pena fue de 25 años de prisión, pero fue liberado por el gobierno de Velasco en 1970. Antes de eso le enviaron un emisario para ofrecerle la libertad si aceptaba trabajar como funcionario en la reforma agraria de aquel momento. Blanco respondió que aceptaría si esa reforma “no se hiciera como ustedes quieren ni como yo quiero, sino como decidan las propias organizaciones campesinas”. El gobierno no aceptó por supuesto y el expresó que seguiría preso porque ya estaba acostumbrado al Frontón. Otros presos izquierdistas recibieron la misma oferta de los emisarios, sí la aceptaron y fueron liberados.
Como Hugo no iba a ser el único en quedarse, el gobierno militar decidió liberarlo también pero a condición de no salir de Lima ni involucrarse en protestas. Por supuesto al poco tiempo se incorporó a las movilizaciones de una huelga magisterial y terminó deportado. La lealtad a las luchas populares siempre estuvo por encima de cualquier restricción legal contra ellas.
Poco antes de la sentencia de 1966 en aquel tribunal en Tacna, hubo otros emisarios que vinieron hasta él a ofrecerle que si él se fingía enfermo, podían no ejecutarlo sino deportarlo. Tampoco aceptó y prefirió ir a escuchar la sentencia, no porque quisiera morir, sino porque esa audiencia iba a ser la mas observada, escuchada o leída desde muchos sectores y tenía que mostrarse indoblegable ante los que seguían luchando por la tierra en los valles cusqueños y en todo el país.
Los mismos emisarios fueron a sus compañeros coacusados y les ofrecieron absolverlos si declaraban haber sido manipulados por el comunista Hugo Blanco y que ellos seminalfabetos o analfabetos habían caído en su trampa. Sin haber coordinado con él, pues, estaban depositados en cárceles distintas, y sin verlo hacia tres años, rechazaron la desvergüenza. A los pocos días, lograron publicar un volante demandando la no aplicación de la pena de muerte para Hugo, caso contrario solicitaron que se las apliquen a ellos también. El día de la audiencia al verse todos de nuevo, gritaron a coro ¡Tierra o Muerte!. Una lealtad de acero y recíproca.
(1) Rojas, Rolando. La Revolución de los Arrendires. Lima, IEP, 2019.