Sonrían compañeros: el legado de Hugo Blanco (II)
Sociólogo
En 1969, desde la isla penal de El Frontón, Hugo escribió estas líneas, respondiendo a la carta de un dirigente campesino. “Solo los mismos trabajadores serán capaces de liberarse…Que tengan confianza en su propia capacidad…que aprendan como luchar...hasta las derrotas nos servirán para educar”.
La convicción más profunda de Hugo
La convicción más profunda e inamovible que tenía Blanco era que el factor determinante para el triunfo de la lucha social eran la organización y la educación autónomas de la clase trabajadora. De ahí su intenso activismo, desde que ingresó a cumplir su labor de militante en un frigorífico de Buenos Aires en los años 50, hasta su última participación en su revista Lucha Indígena, poco antes de la pandemia. Más de 60 años de lucha sin abandonar jamás el campo de los explotados.
Ni los 8 años de cárcel, durante su juicio y después de su sentencia, pudieron frenar su activismo. En ese período lo hizo mediante continuos mensajes subrepticios o cartas con las que arengaba, aconsejaba, se solidarizaba o se pronunciaba respecto a dirigentes presos o perseguidos o, a luchas en curso y a situaciones críticas o polémicas como el terremoto del 70 o la reforma agraria v las otras reformas velasquistas. Se las ingenió además para hacer algo de literatura y de 1969 es la breve correspondencia de hermanos que mantuvo con José María Arguedas desde El Frontón.
Esa máquina y talento de organización y de lucha que era Hugo explica el temor que inspiraba entre las élites del poder, y como consecuencia las situaciones de grave riesgo que debió enfrentar en su vida. Riesgo de muerte en al menos seis de ellas(1) . También explican sus tres deportaciones durante el gobierno militar, una durante Velasco, y dos durante Morales Bermúdez. Asimismo el exilio forzoso al que debió optar después del golpe de Fujimori en 1992, al enterarse de que tanto los sicarios de Montesinos como Sendero Luminoso planeaban asesinarlo.
Como el buen internacionalista que era, tampoco en las deportaciones Hugo Blanco cesaba de activar. En la primera deportación, bajo Velasco, fue enviado a Argentina. No lo soportaron mucho y los militares gauchos lo deportaron al Chile de Salvador Allende, en donde se insertó en los cordones industriales, aquellas redes de sindicatos que enfrentaban los sabotajes de la ultraderecha chilena y se preparaban para resistir el inminente golpe de Pinochet.
De hecho, usó el exilio para recorrer buena parte de América Latina y Europa, dando charlas y participando en acciones de lucha de organizaciones sociales y movimientos políticos del campo de trabajadores y campesinos. Incluso hizo alguna vez una gira en los EEUU dando charlas sobre derechos humanos en polémica con la prédica de Jimmy Carter. Después le prohibieron la entrada por ser “agente comunista”.
En los años 90, en México conoció y permaneció un tiempo viviendo y aprendiendo del movimiento zapatista. Las ideas y prácticas de los zapatistas, con su énfasis en la autoorganización y el autogobierno popular y en el escepticismo frente a los parlamentos, lo reafirmaron aún más en las convicciones que él ya tenía desde los tiempos de La Convención.
El tipo de político que quiso ser y fue
Una de las críticas más frecuentes a Hugo Blanco, desde la derecha y desde algunas izquierdas, es que en su paso por la Asamblea Constituyente de 1978 -1979 no destacó en los debates parlamentarios, lo cual demostraría su escasa formación política e incluso sus limitaciones intelectuales . Eso, más la división de la izquierda en 1980, habría determinado el fracaso de su candidatura presidencial ese año.
Lo que se omite considerar es que Blanco tuvo, hasta el final de su vida, poderosas y muy concretas razones para ser muy escéptico en cuando a la posibilidad de lograr cambios sustantivos por la vía parlamentaria. Sí valoraba la arena congresal, pero como un espacio en el cual expresar las necesidades concretas de los explotados y palanquear apoyo y difusión para sus luchas. Estas sí eran determinantes para esos cambios, tal como quedo graficado en La Convención. A eso se dedicó cuando fue parlamentario.
Era pues un partisano de esas luchas, un desafiante dispuesto a romper los consensos que imponían las elites dominantes. Nada más lejos de su aspiración eso de tener la imagen convencional del parlamentario o candidato usual, ni menos aún ser presidente. Apenas cinco años antes del 78 los militares chilenos, con el apoyo de los EEUU, habían bombardeado la Casa de la Moneda para derrocar a un izquierdista respetable y moderado como Salvador Allende. Ya tenía 20 años en 1954, el año en que se fue a Argentina, cuando supo que una alianza idéntica había derrocado e inducido al suicidio a otro izquierdista como Jacobo Arbenz, acusado falsamente de comunista solo por querer una reforma agraria para su país, Guatemala.
La propia elección de Hugo como constituyente, con una importante votación, la había logrado, después de todo, no mediante discursos constitucionalistas ni ademanes parlamentarios. Su última intervención como candidato fue por el canal estatal, en el espacio que tenían los candidatos. Faltaban tres semanas para la elección y una para un paro nacional. No se refirió para nada a las elecciones. Usó su tiempo solo para justificar el paro por las medidas económicas esquilmadoras que daba el gobierno militar y arengó a los trabajadores y ciudadanos a sumarse al mismo.
En la madrugada siguiente el gobierno militar, sin orden judicial alguna, ordenó su detención. En las horas y días siguientes fueron detenidos otros candidatos y líderes izquierdistas más un periodista de la derecha opositora. A los pocos días los deportaron a todos a la Argentina. Si Hugo y otros deportados fueron finalmente elegidos y asumieron sus cargos fue porque el paro fue un éxito y los militares tuvieron que acatar su resultado. Ese hecho, y muchos otros más, irían confirmando en Blanco la opción por el tipo de político que quiso ser. Y así se mantuvo hasta el final.
Respecto a la penosa división de la izquierdista ARI antes de las elecciones generales de 1980, hubo y hay izquierdas que achacaron toda la responsabilidad a Blanco y le estamparon el estigma de divisionista. En verdad, el error que cometió Hugo es que, cuando todos los demás grupos de izquierda ya se habían retirado de ARI, desistió de mantener hasta el final la alianza con la UDP de Javier Diez Canseco. Lo reconoció después públicamente y pidió perdón por eso, lo cual no es muy frecuente entre los políticos.
Un radical argumentado y abierto al mundo
Hacia 2010 durante una larga conversación con Hugo le pedí que me confiara tres ideas que antes tenía y en ese momento ya no. A sus 76 años me respondió rápidamente con tres herejías para la izquierda promedio, incluido el trotskismo. Me dijo que ya no creía que la vanguardia de la revolución tuviera que ser necesariamente la clase obrera, que esa vanguardia en este momento son los pueblos indígenas pues son los que luchan por el medio ambiente y por la sobrevivencia de la especie. También que, para hacer una revolución, ya no creía que fuera imprescindible un partido y que mejores herramientas pueden ser los movimientos sociales. Finalmente que ya no consideraba necesario identificarse como trotskista pues el derrumbe del estalinismo ya no lo requería.
Como se ha hecho notar en otras semblanzas sobre Hugo Blanco, aquí y en el extranjero, el suyo era un radicalismo argumentado y abierto a los cambios de la realidad no solo en el Perú sino en el mundo. Estuvo entre los primeros hombres feministas en el Perú y entre los primeros cultores del ecologismo y el respeto a las disidencias sexuales. Era además profundamente leal, honesto, consecuente y valiente con la causa de la igualdad, la fraternidad y la libertad de la humanidad. Ni siquiera haría falta decir que, al terminar su vida era dueño de nada más que su honor de combatiente por esas causas y del cariño de sus hijos, sus amigos y de tantos militantes que lo conocieron a lo largo de su larga batalla. Ese es uno de sus legados, el de ser un referente para quienes crean que otro mundo es posible, especialmente para los jóvenes.
Los compañeros
En su libro Tierra o Muerte, Hugo nombra agradecido a los dirigentes de los sindicatos campesinos que lo acompañaron, no sin sacrificio, en su logro de concretar su otro legado: la primera reforma agraria peruana. Contribuyeron así a producir un cambio importante en el país. Con ella decenas de miles de campesinos pasaron de sometidos a los hacendados a la condición de ciudadanos dueños de la tierra que trabajaban. Con su ejemplo, luego millones lo lograron. Menciona allí a dirigentes de Chaupimayo, Maranura, Pacchacc Grande, Santa Rosa, La Joya, Paltaybamba, San Pablo, Tunquimayo, Huadquiña, Qollpani, Aranjuez, Mandor, Potrero, Quellomayo, Lares, y Quillabamba. Tambien agradece a los activistas que iban desde el Cusco a apoyarlos, entre ellos Vladimiro Valer, asesor de la Federación Provincial de Campesinos de La Convención y Lares.
Hugo Blanco ha partido, pero él y sus compañeros, no sin sacrificio, triunfaron hace décadas, pero siguieron luchando. Por eso al despedirlo podemos decirles y decirnos, a él, a los que partieron antes y a nosotros mismos, sonrían compañeros.
Notas
(1) La primera vez que Blanco pudo ser ultimado fue cuando lo capturó la policía después de los enfrentamientos armados en La Convención. Un efectivo de la PIP desobedeció la orden de un oficial de la GC para que lo ejecute. La segunda, en el juicio en que se discutió su pena de muerte. Después, cuando casi le aplican la ley fuga en el penal de El Frontón y atrajo la atención con una huelga de hambre. En 1973, cuando el golpe de Pinochet lo encuentra activando en los sindicatos de Santiago pero pudo refugiarse en la embajada sueca. A fines de los 70, cuando casi es secuestrado en Lima en los mismos días que varios argentinos fueron desaparecidos por agentes del Plan Cóndor y pudo eludirlos por obra de sus compañeros de partido. Y en 1989, cuando estando como orador en un mitin de agricultores en Pucallpa la policía acribilló a los concurrentes y se salvó de ser impactado
(2) En cuanto a sus limitaciones intelectuales, bastaría leer Tierra o Muerte, publicado hace 51 años simultáneamente en castellano e inglés y vuelto a publicar hace poco. O, más reciente, un artículo suyo de crítica al libro´”La Utopía Arcaica” de Mario Vargas Llosa sobre José María Arguedas.