Un viraje difícil para la Iglesia Católica
Teólogo y docente
La dialéctica de Heráclito y después Hegel, termina siendo un péndulo al parecer inevitable en la historia. Si bien se entiende la dialéctica como tesis, antítesis y síntesis, el devenir de la historia en muchos campos se puede entender así.
La asunción inesperada al papado romano de Wojtyła hacia 1978 a la muerte del papa Luciani, generó una esperanza en sus inicios. Marcada por el notorio esfuerzo inicial de salir, más allá de los muros del Vaticano, a las naciones del orbe en cada continente, luego hecho ya constante, hacía sentir a los fieles un esfuerzo de la Iglesia por llegar a cada rincón y escuchar a la grey.
Hubo señales de un esfuerzo por alejarse marcadamente del comunismo, en ese entonces a contracorriente al “mundo civilizado”, sobre todo en su natal Polonia al apoyar al obrero sindicalista que se rebeló, Lech Walesa. La creación de un sindicato en tierra comunista, iniciaría después la debacle del comunismo.
El viraje social
La última reunión de toda la iglesia fue el llamado Concilio Vaticano II (1962 – 1965). En ella, los documentos que tenían que ver con su presencia en el mundo, apuntaban a un “fuerte acento en una Iglesia servidora del hombre, en su condición actual y real”. El episcopado latinoaméricano apuntó, dado su "sitz im leben" – contexto de vida – hacia una realidad lacerante en toda la región: la pobreza.
Pero en América Latina, el anticomunismo de Wojtyła fue notorio y visceral frente a aquello que podía sonar a infiltración táctica del comunismo dentro de la Iglesia latinoamericana. Hacia la década de los sesenta del pasado siglo, casi paralelo al Concilio Vaticano II, surge – ya dicho antes – en América un movimiento eclesial fundamentado en las Conferencias de los obispos de América Latina llamada Teología de la Liberación, cuya principal opción era trabajar por los pobres.
Es bueno recordar que muchas congregaciones religiosas fueron alentadas y apoyadas económicamente por los Estados Unidos. Es notoria la construcción de parroquias y grandes colegios. Ellos consideraban que el comunismo podía penetrar en su esfera geográfica, en todo hacia el sur de sus fronteras, para imponer su línea política, sobre todo económica.
Son los años en que muchos negocios turbios en los países sudamericanos se hacían favorablemente hacia intereses norteamericanos. En Perú fue notorio en el caso de La Brea y Pariñas, con la conocida perdida de una página (11) de un contrato firmado por el entonces presidente Belaúnde para favorecer a la International Petroleum Company.
Durante décadas, hasta los 70 u 80, las congregaciones religiosas católicas fueron la punta de lanza de Estados Unidos y su plan de dominio político de la mano de la Iglesia. En muchas parroquias de América no faltaban los sacerdotes norteamericanos que, a la par de la fe, enseñaban por defecto que el comunismo era malo y era pecado. Serlo significaba apartarse del Dios verdadero. Muchos hasta ahora lo creen. Se nos contaba de lo atroz e inhumano que era el comunismo. Y claro, saber que había un muro que los separaba de propia mano de nuestro mundo cristiano y humano, les daba la razón.
Fue Juan Pablo II quien por propio entender y de la mano de Ratzinger, quién fuera luego su sucesor, que era el encargado de la Doctrina de la Fe (antes Santa Inquisición), enfrentara a la Teología de Liberación y la considerara al margen de la fe, entendiendo que los asuntos de la Iglesia son espirituales, no terrenales. Entendió las palabras de Jesús refiriéndose a los creyentes que “no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn. 17, 16) all pie de la letra.
Muchos obispos tomaron postura en defensa de las injusticias sociales que venían de mano de estas empresas y gobiernos, que bajo el paraguas de EE.UU. obtenían provechos económicos injustos. Muchos documentos de la Iglesia lo hacían notar.
La iglesia católica tuvo un accionar de presión a sacerdotes y obispos que iban por esta línea. La lista, entre sacerdotes y mujeres es larga. No podemos dejar de mencionar el trato infame que le dio al hoy santo Arnulfo Romero en plena plaza de san Pedro. No le tembló la mano a Juan Pablo para ejercer el poder papal contra lo que consideró una desviación de la fe, lindando con el comunismo. A no muchos les suspendió el ejercicio sacerdotal. A otros, como nuestro compatriota, el sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez, no le quedó otra que buscar asilo eclesial en la congregación dominica.
Juan Pablo II y después Benedicto XVI fueron los que nombraron obispos ya no con olor a oveja, sino con fidelidad consumada a la sede petrina y guardiana de la fe, y de paso al sistema económico imperante.
Las más beneficiadas fueron las congregaciones de corte tradicional y tridentino que querían una fe pura. Anhelantes de una forma de fe como la del oscurantismo, en la que durante casi diez siglos, mil años, fueron los amos de la vida y de la muerte de cada cristiano.
La verdad sea dicha, yo ahora desde fuera – alguno me entenderá – muchas de estas congregaciones no tenían y no tienen hasta ahora, un espíritu verdaderamente eclesial. Todas ellas estaban formadas por personas, varones y mujeres, moldeados y moldeadores, en una llamada “recta doctrina” que por marcar distancia del “comunismo” se inclinaban – eclécticamente – por el sistema capitalista norteamericano.
Aquí en el Perú, el Opus Dei y el Sodalitium – sí, la del fundador pederasta que querían hacer santo – fueron los más beneficiados. Donde había obispos con olor a oveja – cercanos a su gente – a su muerte fueron nombrados ellos. Llevado a los altares fue en esa época, Escrivá de Balaguer. El mencionado, de triste historia en España y Chile por su apoyo a gobiernos facistas y tiranos. No debió ser santo por dos razones de costumbre en la Iglesia. La primera: debió pasar una generación para iniciar el proceso de beatificación. A los diecisiete años de su muerte es declarado beato, diez años después, santo. Un Ferrari en santidad. Por otra, tenía una frase que atentaba contra el sagrado sacramento del matrimonio en la Iglesia. En su libro Camino, verso 28 dice: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo”, rebajando la dignidad del sacramento. No sé cómo superó ese escollo insalvable. Algunos dicen que cuando la Iglesia tuvo el gran desfalco del banco Ambrosiano, el Opus Dei financió su reflotamiento. Justo era papa Juan Pablo II. A los veinte años, el mismo Papa eleva a los altares a Escrivá.
El paraguas de la santidad protege de blasfemias post mortem. A monseñor Romero los santificaron 58 años después. A Rosa de Lima, 54 años. A Martín de Porras 323 años. No sé si por mulato. Mi santo preferido, Toribio de Mogrovejo, 120 años después.
La lucha por el posicionamiento
Nuestra literatura indigenista hace notar la influencia católica de la época oscurantista. Épocas en la que cada hacendado tenía infaltablemente una capilla en la que los sacerdotes adoctrinaban al campesino para que no se rebelen contra el patrón. Un “aquí sufres hermanito, porque Dios así lo quiso, algún pecado cometiste, pero no te preocupes, cuando mueras, en el cielo ya no sufrirás y vivirás en el paraíso”.
Hacia los noventa, Estados Unidos entiende que la Iglesia Católica no le da réditos a su política exterior. Que su “patio trasero”, América, se les va de la mano. Viran entonces a apoyar a las sectas pro Estados Unidos. Llegan los Testigos de Jehová y construyen sus llamados “salones del reino” por doquier. También apoyan a los mormones que construyen sus llamadas “estacas” – templos – anexando a ellas patios de juego para atraer a los del barrio. Es la época donde vemos a los “gringos” caminando en parejas dizque “predicando el evangelio”.
Hoy el apoyo lo reciben los evangélicos, que en el congreso actual tienen poder para desde allí, imponer la fe. Entendieron que la fe se sostiene en el poder político, como en los siglos del oscurantismo. Financian a los grupos de poder a cambio de su cuota de fe. “Con mis hijos no te metas”.
Retomando el hilo. Esos nombramientos a larga le trajeron dolores de cabeza a Ratzinger en su papado. Las durísimas situaciones de pederastia, en muchos de los casos, fueron justamente de ellos. Esos sacerdotes de cuellos clericales, de buenas familias con olor a perfume, de rosario y comunión diaria, eran los autores de la vergüenza eclesial. Para recordar a los de más cerca, Karadima en Chile; Maciel en México. Muchos entendemos que Ratzinger, Benedicto XVI, durante su papado trató de poner tierra de por medio, ocultar, para “evitar el escándalo”. Pero era demasiado y, al no soportar el escándalo, tuvo que renunciar.
La elección del Papa Francisco, Mario Bergoglio, es la situación dialéctica y necesaria. Obviamente no puede desnudar a su antecesor, pero le está tocando tragarse sapos por los temas de pederastia e incluso abusos a religiosas de partes de muchos sacerdotes.
En el Perú
En Perú, Carlos Castillo, el arzobispo de Lima, no la tiene fácil. Tiene que reconstruir una iglesia alejada del llamado pueblo de Dios. El cardenalato de Cipriani estuvo marcado, siguiendo a su fundador, por su abierto apoyo al dictador Fujimori. Llegó incluso a decir que el tema de los derechos humanos era una “cojudez”, en relación a los reclamos de las víctimas directas de "la guerra contra el terrorismo".
La Iglesia entiende que encerrada en sus parroquias, los fieles seguirán disminuyendo. Por eso ha convocado a un llamado Sínodo – del griego sin, juntos y odos, camino – para hacer que los sacerdotes salgan de sus parroquias y se inmiscuyan en los problemas del mundo que vive cada cristiano. Se retoma las Conferencias de Puebla y Santo Domingo. Despierta con el papa argentino la opción por los pobres.
Difícil tarea para Castillo Matasoglio que tiene entre sus filas a sacerdotes formados bajo la férula de Cipriani. Los obispos auxiliares que acompañan a Castillo son de corte sinodal. Pero le llevará tiempo a Castillo “construir una Iglesia” como se la pidió Jesús a san Francisco. No una Iglesia de piedra, sino una Iglesia en el corazón de cada cristiano.