Opinión

¿Una nueva situación?: La región en la nación pos Covid

Por Susana Aldana

Historiadora

¿Una nueva situación?: La región en la nación pos CovidFoto: Noticias Ser

Como en todo proceso de cambio, incluido el que vivimos en este momento y aunque no sea necesariamente revolucionario al estilo del siglo XVIII, las medidas iniciales para enfrentarlo llaman a la calma, a la transición progresiva y la modificación lenta de la situación establecida durante años suelen ser rápida y hasta violentamente superadas. La modernidad echó raíces en lo profundo del tiempo occidental y en nuestro caso, exitosamente en la consolidación republicana hace poco más de ciento cincuenta años (hacia 1880) pero, como es visible hoy, por todas partes y no sólo en el Perú, su rompimiento o franca modificación potencia el desembalse de esa ficticia homogeneidad y unicidad que lo caracteriza, con la explosión de necesidades y sobre todo voluntades de territorios que humanamente superan estados centrales y, en la realidad peruana, a la megalopolis limeña. Un proceso que no se inició con el Covid pero que curiosamente, en esos azares inexistentes de la historia -que se explican en realidad por los procesos del capital-, se da en los años 2020, 2021 y 2022.

La región no emerge hoy, siempre ha coexistido con la nación aunque saltó plenamente al escenario nacional hacia 1980 cuando historiadores como Alberto Flores Galindo y Nelson Manrique la estudiaron, y economistas como Efraín Gonzáles de Olarte se interesaron por ella. De la mano con el proceso, comenzó a hacerse políticamente presente con la creación de las doce regiones a finales de la misma época (1988-1992) y bajo la impronta y aplicación, por única vez en la historia del Perú, de verdaderos estudios y conocimientos de un eminente geógrafo como Javier Pulgar Vidal impulsado por el APRA durante el primer gobierno de Alan García. A pesar del desconcierto económico y político del segundo quinquenio de la década perdida (1980), alguna regiones, como la Región NorOriental del Marañon (Lambayeque, Amazonas y Cajamarca), comenzaron a despegar. Realmente hace falta un verdadero estudio al respecto; ni qué decir que la historia podría dar muchas luces tanto para entender el nacimiento de un sistema como su franca decadencia y transformación contemporánea así como los nuevos caminos que se abren.

El abrupto corte del proceso en los años 90 con la necesidad de recentralización de una dictadura, no pudo evitar el resurgimiento político de la región desde el mismo momento que se reestableció el orden democrático y que cuajó el 2003 con la reimposición de regiones que, en el fondo, enmascaran a los antiguos departamentos que no son verdaderamente regiones y que, por tanto, no canalizan las diferencias ni abonan las complementariedades de los diferentes espacios: la voz del interior no fue escuchada y nuevamente se impuso desde Lima, aunque con matices pues ya habían actores regionales establecidos en la capital. Pero en este tiempo y como siempre en el periodo republicano, las regiones se encerraron en sí y no hicieron más que consolidarse como tales y hacerse cada vez más presentes. Lento pero seguro, comenzaron a revitalizar un doble juego de intereses, por un lado, la estructura urbana, zona de comfort moderno, que otorgaba facilidades de sistema, con mercado, tecnología y comunicación y del otro, comenzó a aflorar una estructura apenas percibida pero de raíces sociales muy estables que se servía de un territorio articulado quizás más sudamericano que nacional y del cual se apropiaron primero como el capital social peruano- latinoamericano (década del 90) y luego como el capitalismo andino (2010 en adelante). Por cierto, las variantes son muchas por cuanto la región, a diferencia de la nación, no supone una única semántica ni un único ritmo sociocultural.

En todo caso es interesante tomar nota que se recuperan espacios percibidos -republicanamente- como nunca integrados pero que siempre fueron espacios de relación y comunicación local, como por ejemplo, la ceja de selva más que la selva, el espacio de los Antis (Nuria Sala). Mientras que la nación se centra y recupera la costa y el peso del mundo urbano y Lima se realiza en ella y sus puertos, la región reutiliza circuitos distintos, transversales y de comunicación quizás milenaria como la ceja de selva, además de las articulaciones longitudinales y sus ventajas. De allí quizás, el éxito y las batallas inter regionales por conseguir el tránsito de las carreteras del IIRSA (Infraestructura Interegional Sudamericana) en los inicios de este siglo, como siempre poco percibidas y menos estudiadas, pero también los vínculos de articulación más allá de las fronteras nacionales que la región, más que construir, revitalizó.

El Covid potenció una suerte de autonomía en las respuestas locales y regionales frente a la amenaza común. Finalmente, acostumbrados a un centralismo asfixiante y frente a un proceso vivido y sufrido por todos, las respuestas implicaron acciones individuales en terminos regionales. Dentro de un protocolo establecido desde el estado, cada pueblo optó por su propio protocolo de acción. La semejanza de situaciones nunca conscientemente pensadas pero si vividas ha implicado un éxito del Bicentenario de la independencia no sólo como el recuerdo de la creación republicana y la apoteósis histórica de la nación -que no se si es tan relevante en las realidad cultural de la provincia- sino sobre todo, por respaldar y potenciar la legitimidad local y regional, sustentada por relatos históricos, de la opción y acción regional individual por ser libres e independientes. Una realidad histórica, además, que ha potenciado las pequeñas acciones y pueblos locales con el desarrollo de una red de economía de supervivencia, probablemente más que densa pero difícil de registrar.

Quizás más que nunca, "La Pola", la estatua de la heroína de la indepedencia colombiana Policarpa Salvatierra, ubicada en la Plaza de Armas de Piura toma sentido junto con el grandilocuente escenario del Parque Central tumbesino y sus alegorías incas sobre un imperio cuyo espacio se vinculaba con la selva y el espacio amazónico. Un espacio hoy recortado pero cuyo recuerdo remite a una unidad más amplia, imperial español sudamericano -y más allá-, repotenciado por el constante llegar y trajinar de venezolanos y colombianos que, además, abona y se hunde en lo más profundo del tiempo andino con la voluntad de potenciar el turismo, percibido siempre como la posibilidad de mejorar la suerte local.

Interesante; más allá de la política central, los actores regionales no parecieran estar dispuestos a ceder su ganado espacio interno, recompuesto por casi tres años de Covid. Legitimados por la cohesión local tras el encierro y por los discursos nacionalistas bicentenarios -directos e indirectos-, buscan y luchan por mantener el control de su espacio y quizás no acepten posponerse ante el estado y sus nuevas necesidades; sus expresiones de orden y desorden local dice mucho cómo se organizan. Más que nunca y más allá de las teorías, la región se siente y no se piensa pues parte de un mundo oral, plenamente vigente y conectado al espacio global.