Una Presidenta que llama a levar anclas, desplegar las velas y partir
Sociólogo
No es Presidenta de la República pero ya es dos veces Presidenta. Primero presidió el Congreso, ahora el Consejo de Ministros. Como tal, al presente es jefa de 18 ministros, y de su propio ministerio, en un país en donde la volatilidad de estos cargos debe estar entre las más altas de América Latina. Eso nomás ya haría de su misión algo muy difícil.
Pesimismo de la realidad
Pero además, ha asumido el cargo en un momento en que este barco nuestro llamado República del Perú, atraviesa algo que sin exagerar podemos considerar como uno de los tres momentos más críticos de nuestra historia. Primero, el de los años aurorales de la post independencia. Segundo, el de la post guerra con Chile. Y tercero, este momento, afectado por la mega pandemia, por la inestabilidad política que la precedió, y por la tambaleante economía que ha resultado de ambas.
Por si fuera poco, el barco tiene, por un lado, a su comandante en jefe, el Presidente Castillo, tan distraído en otras cosas que un psicoanalista se ha preguntado preocupado sobre si realmente quiere gobernar. Y por otro lado, a una buena parte de la oficialidad -me refiero a los ultras del Congreso-, con hartas ganas de hundirlo. Considerando, todo esto, la Premier tiene ante sí una tormenta perfecta y una misión que ya bordea el límite de la imposibilidad.
El jueves 4 al mediodía, cuando se suspendió por unas horas el debate del voto de confianza del Congreso al gabinete Vásquez, muchos peruanos sentimos que esa imposibilidad comenzaba a devorarnos. Los cálculos hacían pensar que no se llegaba a los votos necesarios para lograr la confianza, que ganaba el maridaje abortivo de ultras de izquierda y derecha, que el gabinete moría a poco de nacer, que tendría que designarse otro nuevo y que de allí solo era un tobogán en enloquecido espiral el que nos esperaba.
El discurso y el temple de Mirtha
Así es como por la tarde se retomó el debate y se llegó al momento en el que la Premier dio su discurso final. Pocos presidentes de consejo de ministros han encarado un voto de confianza tan difícil. Mirtha Vásquez lo hizo con claridad, convicción, acierto en los énfasis y emoción evidente pero contenida. Una combinación también de crudeza para aludir a la gravedad de la hora presente, y de suavidad para trasmitirla. Un discurso que, si no llegaba a recibir la confianza, al menos dejaba la seguridad de que los demócratas del país tenían una formidable lideresa en sus filas.
La premier puso tres énfasis en su discurso. Primero, comenzó recordando a los congresistas que estaban allí para recuperar la confianza y la esperanza de la gente, especialmente de los más pobres, en la política. También les recordó que la política que había ido a exponer era la misma que había expuesto el anterior jefe de gabinete y ya había recibido la confianza del Congreso. Y el recuerdo probablemente más efectivo que hizo fue de que seguíamos estancados en el punto de partida y que “necesitamos partir, amigos” para responder “a las necesidades de una ciudadanía golpeada como nunca antes en la historia”.
Segundo, la Premier no pretendió ocultar su militancia a favor de la justicia social. Al contrario, recordó que los 20 años de apoyo a las comunidades que tenía en su vida, y su apoyo como congresista a las demandas laborales, le daban legitimidad para afirmar que había estado al lado del pueblo. Recordó también que habían grupos económicos que expropian a esas comunidades, y políticas que las excluyen a ellas y a otros sectores sociales, y que esa “opresión histórica hay que enfrentarla con honestidad” en el marco de la ley y sin violencia “porque no conduce a nada”. Para ello había que escuchar a esas demandas oportunamente y antes que los conflictos exploten, como se había venido haciendo con un costo social demasiado grande.
Por otro lado, fue muy franca al afirmar la necesidad de ciertas reformas estructurales y constitucionales, o de renegociar contratos con las empresas extractivas, pero todo en el marco de la ley. Nadie se debería asustar por eso porque, si bien la Constitución de 1993 sigue vigente, el pueblo tenía derecho a iniciativas de reforma constitucional. Sobre este punto específico, Mirtha Vásquez fue más expresiva que el propio ex Premier Bellido cuando este pasó por similar circunstancia y, para todo fin práctico, no dijo nada sobre eso.
Tercero, a lo largo de su discurso Mirtha Vásquez hizo una convocatoria a aprobar leyes en base a consensos y a no confrontar entre Ejecutivo y Legislativo. Al comienzo afirmó que el gobierno sería “una representación de los pueblos y de los 33 millones de peruanos, y no solo para un grupo”, que era necesario concertar sobre cómo reconstruir un país en crisis. Urgió que “se tiene que hacer ahora”. Esa apelación a la necesidad de dialogar pese a las discrepancias, la reiteró al final. Denunció a las políticas de choque e invocó a “no desnaturalizar el sentido de la política, que es el bienestar colectivo”. Sus últimas palabras fueron para volver a remarcar que debíamos salir del punto de partida y a expresar su fe de que “estamos juntos en la lucha por un mejor país (…) y en el mismo camino por una patria diferente”.
Optimismo de la voluntad
No debe pasarse por alto, sin embargo, que Mirtha Vásquez, y sin duda su equipo, no pusieron todo su esfuerzo sólo en preparar un buen discurso. En el intermedio del debate, entre la 1 y 4 de la tarde, hicieron aquello en lo cual puso el principal acento de su discurso: dialogar, parlamentar y consensuar. Lo hicieron con los grupos clave para asegurar la mayoría necesaria.
A las 4 de la tarde y fracción comenzó la última rueda de intervenciones de los congresistas. Casi a las 5:30 la Premier comenzó a hablar. A las 7 y algunos minutos de la noche terminó su participación. Pidió resueltamente que se vote inmediatamente la confianza porque el país no podía esperar más. “Quiero recordar que el voto de confianza no significa sino luz verde para partir”, fue el último y casi obsesivo énfasis que puso hasta el último segundo.
A las 7:20 minutos de la noche, Mirtha Vásquez y su gabinete habían ganado el voto de confianza por 68 votos contra 56. Unas pocas horas antes parecía que no lo lograban y que nos caía una noche perpetua. Pero sí lo lograron. Ahora somos todos los peruanos y las peruanas quienes estamos convocados, por nuestra dos veces Presidenta, a levar las anclas del encono y la amargura, a desplegar las velas de la voluntad, y a partir de nuevo. Solo hay que hacerlo. Y si nos preguntan “¿Hasta cuándo creen ustedes que podemos seguir en este ir y venir del carajo?” pues habrá que responder con todas las ganas y exactamente como Florentino Ariza: “Toda la vida”.