Vizcarra, una gran estafa
Escritor y periodista
El expresidente Martín Vizcarra ha quedado damnificado luego del escándalo de las vacunaciones a escondidas. Juan Carlos Zurek, secretario general de Somos Perú, el partido que lo cobijó para que postule al Congreso y así ser una locomotora electoral que le garantice una presencia en el Parlamento, ya le pidió que decline su candidatura. Ahora se ha confirmado que se reunió en su casa con las fiscales responsables del caso “Cuellos Blancos”, cuando aún era primer mandatario. Sus otrora defensores ante la opinión pública, que justificaron muchas de sus decisiones erráticas ante la llegada del coronavirus al Perú, con el chantaje de que quien osara criticarlo le hacía el juego al fujiaprismo y a los mafiosos, comienzan a arrepentirse de haberle apoyado.
Desde que asumió la presidencia, Vizcarra jugó al mantenerse en el poder por el poder. Conocido es que, junto a parlamentarios del Apra, el fujimorismo y otras bancadas, se coludió con la campaña de vacancia (justificada) del expresidente Pedro Pablo Kuczynski. Tras unos meses en Palacio de Gobierno, Vizcarra se dio cuenta de que venían por él. Con los audios del caso “Lava Juez”, aprovechó en dar un golpe de timón, con propuestas de reformas al sistema político y de justicia, para poner contra la pared a la mayoría parlamentaria a punta de cuestiones de confianza. En ese juego anduvo por casi un año, hasta el 30 de septiembre de 2019, cuando decidió “cerrar constitucionalmente” el Congreso. Vizcarra procedió y fue aplaudido de manera casi unánime. Un peligroso cheque en blanco le había sido entregado.
En las elecciones complementarias del Parlamento, realizadas en enero del 2020, Vizcarra no presentó lista propia. Decidió gobernar con los poderes económicos y las fuerzas armadas. Su idea era confrontar de nuevo con el Congreso. Ciertos líderes de opinión contribuyeron con el relato del Vizcarra bueno y el Poder Legislativo malo, como si el Perú fuera una película de vaqueros o de superhéroes que combaten a fuerzas malignas. Llegó la pandemia y Vizcarra optó por el confinamiento, lo que al inicio parecía sensato. Sin embargo, dejó al desamparo a millones de peruanos que, presos de la informalidad campante, se quedaron sin ingresos por varios meses. Con su ministra de Economía, María Antonieta Alva, permitió que muchas empresas con solvencia apliquen la “suspensión perfecta de labores”, un eufemismo legal de la palabra despido, con lo que cientos de miles de peruanos perdieron su trabajo cuando más lo necesitaban. Anunció un acuerdo con las clínicas para que cobren precios justos a los pacientes que, desesperados, buscaban dónde atenderse; pero esto fue un engaño: muchos deben hasta medio millón de soles. El sálvese quien pueda fue la consigna de los peruanos. Varias diócesis, parroquias y organizaciones católicas organizaron colectas para abastecer de oxígeno a las regiones.
Al otro lado, estaban los malos de la película, y Vizcarra era San Martín. En vez de trabajar en coordinación con los gobiernos regionales, como han procedido varios presidentes latinoamericanos, Vizcarra prefirió organizar un comando Covid, encabezado por Pilar Mazzetti, quien fue criticada por el maltrato que ejerció contra las autoridades regionales de salud; y que después fue una pésima ministra, incluida una conducta cínica de decir que se ponía “al último de la fila” cuando ya había sido vacunada clandestinamente. El ahora expresidente retomó su pelea con el Congreso en vez de buscar acciones conjuntas para enfrentar la crisis. Aunque de manera demagógica, el Congreso aprobó algunas normas para que la gente con necesidades tenga algún dinero, como la liberación de los fondos de la AFP. Hubiera sido preferible que se trabaje una reforma del sistema de pensiones. Vizcarra también hizo su teatro: envió una propuesta que consistía en la mera conformación de una comisión. Nadie resolvió nada.
Con el desgaste de su jefe de gabinete post-cierre del Congreso, Vicente Zeballos, Vizcarra apostó por Pedro Cateriano en su reemplazo. Este no entendió que la emergencia principal era la pandemia, y quiso aplicar un plan económico de reapertura, como si estuviéramos en la normalidad. En política no hay buenos ni malos, pero varias bancadas del Parlamento no son santas, y encontraron la excusa para censurarlo. Vizcarra había logrado su objetivo, presentándose como la víctima al que el Poder Legislativo no dejaba trabajar. Varios periodistas se prestaron a ese juego. Finalmente, se descubrió que Vizcarra habría recibido ciertos pagos ilícitos durante su gestión como gobernador de Moquegua, lo que fue aprovechado por diversos grupos políticos del Congreso para vacarlo por incapacidad moral.
Vista la gestión de Vizcarra en perspectiva, de la que no se puede desprender una buena gestión, y con el escándalo de la vacunación a escondidas, el expresidente estuvo bien vacado. Si este suceso hubiera sido descubierto apenas ocurrió, entre septiembre y octubre del año pasado, cuando los peruanos sufríamos los golpes de la pandemia, no habría nada que discutir. Que gran parte del Congreso tenga una performance impresentable no borra el accionar del expresidente.
Ahora muchos opinólogos de redes se arrepienten de haber aplaudido a Vizcarra, sus ministros estrellas y sus medidas contra la gente, que han causado no solo más muertes y pobreza, sino la peor crisis de la historia del Perú. Algunos lo hicieron de buena fe, quizá por su distancia sobre la realidad de los sectores populares. Pero otros, que hasta el final se han resistido a reconocer lo errado de su postura, pretendían legitimar un proyecto neoliberal progresista (leer a Nancy Fraser), que ahora está en crisis. Una muestra de ello es que el candidato Julio Guzmán, expresión de ese proyecto, está de capa caída en las encuestas.