Opinión

Warmi takanakuy: A propósito del jalón de mechas a Dina Boluarte

Por Gustavo Montoya

Historiador

Warmi takanakuy: A propósito del jalón de mechas a Dina BoluarteFoto: Presidencia de la República

Que alguien, no solo se atreva a burlar el aparato de seguridad del Estado, para agredir con ese gesto tan simbólico y tradicional entre mujeres, y jalarle las mechas a la actual presidenta, y lo que representa, con toda seguridad merece múltiples lecturas e interpretaciones. Es quizás un síntoma, o un anuncio, o los dos fenómenos a la vez. A ver, vamos por partes. El Takanakuy, es un ritual de corte cultural, cuya gestación y transformaciones, hunde sus raíces en la historia milenaria de los pueblos andinos del sur peruano, lugares de donde provienen justamente, Boluarte y las señoras Ruth Bárcena e Ilaria Ayme, familiares de las víctimas de la represiòn del gobierno. De otro lado, el ejercicio de violencia en el mundo andino, posee diversas y hasta contradictorias manifestaciones, y que se manifiestan por intermedio del ritual precisamente. Y lo ocurrido con Boluarte en Ayacucho, no fue un ritual. Actualmente es en Chumbibilcas donde el Takanakuy ha recobrado una vitalidad extraordinaria. Es una de esas formas tan creativas con que el mundo andino recrea desde la fiesta y el ritual, su historia, y también, administra los sinsabores y carencias de su existencia contemporánea.

Sin embargo, interesa razonar ese jalón de mechas a la presidenta, como el síntoma manifiesto de ciertos niveles de impaciencia, de hartazgo, de indignación y hasta de venganza contenida, de parte no solo de las víctimas por la cobarde matanza perpetrada por el Estado en contra de pobladores civiles en Ayacucho. Hay que tener en cuenta que la señora Bárcena al ser contenida por la seguridad de Boluarte, gritó a voz en cuello su nombre y su viudez. Y lo hizo con esos gestos de trance que definen situaciones límites. Son en realidad manifestaciones espontáneas, que emergen en situaciones límites, como esos tiempos suspendidos que se despliegan en los rituales. Pero ya ha empezado a circular todo tipo de explicaciones. Y también a rodar cabezas en las alturas del poder….

Razonamientos, tan simples como procaces, que pretenden explicar ese jalón de mechas al símbolo concentrado del poder político, y decir que son expresiones recicladas del terrorismo senderista cuyo centro de gestación fue Ayacucho. Pero como dice el refrán popular, depende del cristal con que se mire. Dina podía haber sido eliminada si regresamos a la precaria inseguridad que le ofrece el Estado, debido a la relativa facilidad con que la señora Bárcena pudo encararla. Incluso hasta se puede especular, si es que esa aparente falla de seguridad, en realidad fue una celada desde el círculo que rodea a Boluarte. Palacio de Gobierno es, como suele recordar Carmen Mc Evoy, un laberinto lleno de trampas y baches para quienes ingresan solitariamente a hacerse cargo del ejecutivo. Son como esos castillos encantados, donde abundan los monstruos y demonios, antes que ángeles.

No se sabe qué le habría dicho la señora Bárcena a la presidenta en el momento en que la agredía. ¿Hubo planificación en la agresión? ¿Conocía la señora Bárcena de la agenda presidencial? Por las informaciones que circulan, estamos ante un hecho espontáneo, como esas respuestas instintivas que están alojadas en esos lugares tan bien resguardados de la conciencia, pero que emergen de la única manera que saben expresarse: indignación, violencia.

Administrar, controlar y manipular la memoria colectiva no es tan simple, como suelen concebir, esos funcionarios, asesores, brujos y curanderos de coyuntura que medran en los callejones oscuros y tenebrosos del poder. ¿A un año de la matanza colectiva en Ayacucho, habrán creído, Dina y sus asesores, que las aguas habían vuelto al cauce del marasmo, derrota, ¿cierta complacencia y hasta resignación? Y efectivamente, Ayacucho, no es cualquier región. Y no se trata de comparaciones valorativas, sino más bien de carácter histórico. Claro, será la coartada del Bicentenario por la batalla final de las guerras por la independencia. Pero su nombre significa “rincón de los muertos”, y tal denominación es, muy, pero muy anterior al periodo de la guerra interna y el terrorismo. Visitar Ayacucho, y dar un discurso como el que dio Boluarte, dice mucho sobre sus entrañas y su perfil emocional e ideológico, que trasluce cierta perversión como atinadamente escribió la escritora y académica Carla Sagástegui.

Basta recordar que fue en esos territorios rurales donde se gestó el Taqui Ongoy, donde esas treinta y tres iglesias coloniales no están ahí de adorno. Hubo una racionalidad represiva en su edificación, eso lo sabe cualquier historiador o antropólogo medianamente entrenado en los tópicos de la violencia colonial. El Taqui Ongoy fue la manifestación espiritual de resistencia colectiva más importante y peligrosa a la que tuvo que hacer frente el sistema de dominio colonial. En uno de los pueblos de Ayacucho fueron asesinados salvajemente ocho periodistas, fue ahí donde se gestaron las guerrillas y montoneras ya decididamente separatistas desde 1814 en adelante. Y los ejemplos podrían seguir, como el foco guerrillero de los años 60 del siglo XX. Por todo ello, es que uno se pregunta, qué tipo de asesores o de consejeros deambulan por el actual gobierno que ignoran elementales signos de impaciencia colectiva.

Las redes sociales como era de esperarse, están abarrotadas de comentarios, explicaciones, condenas y gestos de solidaridad sobre el jalón de pelos a la actual presidenta. Un síntoma de violencia individual, suele y puede ser el anuncio de fenómenos complejos de violencia social y de impaciencia colectiva. Nunca como ahora, cobra toda su vigencia esa frase con la que Arguedas solía representar una coyuntura: “el Perú hirviente de estos días”.