¿Y el asunto de fondo?
Periodista y profesor de la UNA-Puno
El Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso no fue un meteorito que vino del cielo y cayó sobre tierras ayacuchanas. Como partido fue el producto de múltiples escisiones en el seno del comunismo peruano hasta llegar a una versión maoísta que tomó las armas para iniciar la “guerra popular”, método ultraviolento para aniquilar el Estado y conducirnos al utópico edén rojo. Ese es el contexto ideopolítico. Pero también están las condiciones socioeconómicas de la región andina del Perú, marcadas por una enraizada pobreza y exclusión que gatillaba el ánimo rebelde y justificaba las conductas subversivas.
Los provincianos andinos sabemos muy bien lo que significa el imperio de la injusticia, el centralismo estatal y la discriminación sociocultural. Obviamente no son la justificación para ninguna forma de violencia, venganza, terror o alucinación política, pero son condiciones reales de vida que el Estado peruano trata de corregir con lentitud, medidas parciales y muchas veces descontextualizadas.
Ciertamente, el Perú provinciano del interior –porque Lima es otro país- ha experimentado avances que sería mezquino no reconocer; pero son avances que no alcanzan a los sectores menos favorecidos. Los pobres del interior mantienen un déficit notable de competencias y habilidades que les permita una acción decorosa en la sociedad moderna. Pero, por otro lado, las instituciones y formas de vida tradicionales, de raíz andina y milenaria, son un fabuloso soporte cultural y humano que permite enfrentar el inclemente desdén del Estado y el centralismo.
La escena peruana de la desigualdad se mantiene vigente. Las elecciones presidenciales de este año han sido una constatación descarnada y directa de esa realidad. Situación agravada con las crisis sanitaria y económica a la que lleva la pandemia del covid-19 de la globalización. En medio de tantas circunstancias, Abimael Guzmán viene a morir y genera una inusitada ola de temor por el destino final de su cuerpo yacente. El genocida, el terrorista, el criminal, terminó aterrorizando después de muerto. Las explicaciones que fundamentan su cremación se centran en la posibilidad de convertir su tumba en un lugar de peregrinaje. Pero ¿cómo puede ser posible que un criminal genere adeptos? No es una paradoja, es que algo está errado en la evaluación. Se ha querido ocultar que la época del conflicto armado interno o guerra interna surgió por motivaciones reales. Y solo se quiere mostrar el lado demencial y alucinado.
A tal punto hemos llegado en nuestra falta de seriedad y madurez para evaluar esa etapa de la historia, que se ha instalado un sentido común que rechaza el análisis de la realidad social y los fundamentos ideopolíticos, asociando dichas reflexiones como apología del terrorismo. Es decir, analizar es apologizar. Y es que el temor de determinados sectores a levantar la alfombra y encontrarse con la violenta historia nacional es un costo que se quiere eludir. Algunos sostienen que todavía es prematuro levantar la alfombra o que no es conveniente aún, pues muchos actores siguen vivos. O sea, hay que esperar. No comparto ese punto de vista. Me parece que debemos encarar el asunto de fondo. Somos un país con asuntos pendientes irresueltos: con odios, inequidades, abusos y responsables. Soslayar ese pesado lastre que arrastramos impide nuestro desarrollo. Y eso debe cambiar.